lunes, agosto 20

Haciendo Ambiente


¡Oye! Cómo me gusta el 18. Comida y bebida a destajo. Permiso para los excesos sin culpas. Es un carrete constante. Sin peros. Cuando chica, mi parada obligada durante estas fechas era la casa de mi abuela. Y asados de chivos, de corderos, de vacuno, de lo que fuera. Y empanadas, caseras, claro. Muchas empanadas. Con harto vino. Y en la noche, a la fonda top: la oveja descarriá. Bueno, ahora el paisaje es algo diferente. En lugar del sur, mi casa. En lugar de mis abuelos, mis amigos. Pero los motivos son los mismos y las ganas de excederse también. Y aunque, para algunos, quede mucho para el 18... yo creo que estamos a unos minutos de disfrutarlo. Claro, hay que empezar a ponerle weno. Porque como este año es ultra largo, si no practicamos antes, no hay cuerpo que aguante. El disfrute de sus cuecas, alguna que otra paya y las risotadas al compás de varias copas de vino o de chicha, como guste. El ruido incesante del carbón al prenderse y los asados que se van fundiendo en un gran aroma que no discrimina hora ni día. Así son los dieciocho en mi país. Vamos a las fondas y comemos. Miramos unos gallos tratando de subir el palo encebado y tomamos. Tratamos de botar unas latas y comemos.
¿Cómo no me va a gustar esta fecha?
Claro que siempre trae una que otra consecuencia. Pero por suerte es una vez al año, así tenemos muuucho tiempo pa' componer el estómago y reconciliarnos con aquello que tanto nos dañó.

jueves, agosto 9

Mi primera vez

Fue anoche. Como a las 23:30.
Caracol abrió la cortina y... ¡estaba nevando! Bueno al principio era una insípida agua nieve y más tarde comenzó a nevar.
Parecían plumas cayendo del cielo. Cubriendo lentamente a Walter Jr., a mi ciruelo seco y los cables guateados que se ven desde el segundo piso. Pero hasta eso parecía mágico.
Y con la luz del único foco de la cuadra... ¡oye que se veía lindo!
Como se espera de una persona madura como yo, miré por la ventana. Tomé mi bata y llegué hasta el balcón. Ahí me quedé en silencio contemplando el paisaje.
¡Claro, como si fuera cierto! me levanté corriendo y empecé a saltar de alegría, mientras gritaba. Abrí la ventana del balcón y traté de tocar la nieve. Y el pobre Caracol, congelado a mi lado.
Parecía tonta, es cierto. Pero nunca había visto nevar. Era mi primera vez. Entonces corrí hasta el patio (en pijama y sin zapatos... era demasiada la emoción) y saqué la cámara de fotos. Pff! estaba sin batería. Todo por culpa de Maitencillo. En fin. Se veía todo tan lindo que era imposible dejar de mirar. Sólo quería compartir con ustedes esto. Mi primera nieve, traída especialmente desde el cielo a mi casa.

martes, agosto 7

Maitencillo... años después


Los de siempre. Los mismos que estamos en cada juntada, en cada copete, en cada larga conversa. Hernán se acordó desde cuando que no estábamos de vuelta en la playa. Claro, mi memoria inútil ya borró el dato. Pero eran varios años. Y aunque estamos en otras etapas. Con otras preocupaciones y distintos proyectos que la primera vez que Maitencillo nos recibió, seguimos siendo los mismos. Las tallas, las risas, las conversaciones, las tonteras y ¡como corrían los vodkas y rones! Claro que ahora son más pelolais que antes (los copetes, no nosotros). Y ¡para de comer asados! Si parecía septiembre. Otro gran fin de semana. Con los driles y sus respectivos. No molesten al tío Nacho... ya vendrá y será una guachona pudiente y más simpática que la cresta.

Y felicitaciones a Cag y Ángeles por dos años de amorsh (eeeehhh). En serio, gracias por compartir esa celebración con tus amigotes.
Claro, faltaron aquellos que ahora son parte de nosotros. Los Lalos, las Nonchos, los Nelsons y las Cristi... pero vendrán más carretes. Eso se los puedo asegurar.
Bueno, el domingo, otro asado (el último antes de partir) la vuelta y la acidez... uf! Algunos pensamos que Caracol no pasaba del fin de semana. Gracias por un divertidísimo fin de semana.

jueves, agosto 2

Y el mundo cerró los ojos y siguió


Pero a nadie le importan los niños, los muertos, a nadie los niños que viajan solos por el país de los muertos, y para qué, te dices, abrir los ojos al país de los ciegos, abrir los ojos hoy, mañana, para siempre. Leopoldo María Panero

Algo pasó hace poco. Un niño muerto. Asesinado por otro niño. El dolor de su polola, una niña. Y el miedo de volver a salir. Y el mundo cerró los ojos y siguió girando, como si nada. Como si fuera tan normal que niños carguen armas; que en lugar de golpear la pelota, golpean las cabezas de otros. Como si fuera normal que existan cárceles para menores de edad. Y todos cierran los ojos y siguen en su vida. Arriba del mundo, si dar vuelta la cabeza, sin querer mirar. El horror se pasea tranquilo por las noticias haciéndose cada vez más cotidiano. Pero la verdad es que duele en el estómago pensar que esos niños que tienen el poder de la violencia, son violentados cada día por quienes debían amarlos y protegerlos. Hay algo que no está funcionando. No entiendo bien qué es. Cuándo dejamos de cuidarnos, cuándo comenzó a ser peligroso encumbrar un volantín en la cuadra. Qué pasó con los juegos, la bicicleta, la magia y los cuentos. Sólo espero que el mundo mire un momento de reojo y se sorprenda y se horrorice y tiemble completo. A ver si así algo puede cambiar.