Las preguntas se repetían una y otra vez...
- "¿Estás nerviosa?"
-"No"- respodía. Ellos me miraban extrañados... ¿cómo no iba a estar nerviosa el día de su matrimonio?" Increíble, pero cierto.
En realidad lo único que pasaba por mi cabeza en esos minutos era:
-"mmm este será el camino correcto o debimos haber doblado antes?" y ¡ojalá que mi papá alcance a llegar!
Esos dos pensamientos eran los que me intranquilizaban. Porque sabía que en el Cerro San Cristóbal (lugar elegido por el novio por sus recuerdos infantiles) me esperaban mis driles, mi familia y mi propio caracol.
¿Qué más podía pedir? Ahí estaban todos, Herny... hermoso con su terno y con pinta de testigo. Es que no podía ser otro. Sólo el hombre que me ha soportado, aconsejado, ayudado y querido durante tooodos estos largos años de amistad, podía testificar que me casaba por iniciativa propia. Aunque no descarto argumentar locura temporal.
Bueno, llegué conducida por Roberto y su ternura. Mi papá, todo chocho, me tomó del brazo y me felicitó. Ahí mi cabeza descansó: papá estaba a mi lado y no se perdería el matrimonio de su niña.
Ahora, tengo que reconocer que tengo vacíos... recuerdo algo de la ceremonia, muy poco de la cena y varios bailoteos. Recuerdo el cotillón, la liga y el ramo. Recuerdo sus caras felices y sus abrazos. Recuerdo el cariño de todos los que estaban. Recuerdo que lo pasé la raja (yo creo que uno debería casarse unas dos o tres veces al año)... Parece que recuerdo lo más importante: Que estaban ahí, como siempre.
Gracias por estar.
miércoles, noviembre 15
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