lunes, marzo 8
El terremoto
Y empezó este año mieerrda. Con vacaciones en Rapel, con viajecito a Buenos Aires a regalonear a la madre y con terremoto.
Y como no soy tan joven como cree mi fanclub, es el segundo de mi vida. Claro, el 85 nos pilló en la casa de la Tía Lucy y quien les escribe, se bañaba sexymente en la piscina.
Quizas con flotador, alitas o algo así y un elegante traje de baño con vuelitos. Supongo que como para una niña de 4 años, una piscina-mar era lejos lo más entretenido, no sufrí de ningún trauma ni de miedos a los temblores. Además como mi memoria es demasiado selectiva, no recuerdo nada más de ese momento. Sólo que lo pasé estupendo.
Por eso, cuando empezó a moverse el dpto de Los Leones en forma más violenta y duradera que el temblorcillo clásico; sólo me levanté de la cama y procedí a "ganarme en el dintel de la puerta".
Cuando todo pasó, partimos a ver a los vecinos y su dpto (que parecía fonda de mala muerte gracias a un par de botellas de tinto que no resistieron). Todos bien!
Así que bajamos y nos tomamos un vodka para calmar los nervios. Me llamó Paloma y quedé incomunicada para siempre...
Prendimos la Cooperativa, en el mp3 de tía Cote, claramente la primera radio que se me ocurrió y recién nos dimos cuenta de la magnitud del evento. Aún sin luz, no habíamos podido ver imágenes del sur.
Al día siguiente, cuando ya pudimos prender la televisión, nos dimos cuenta de la realidad. No sólo del nivel de destrucción, de la estupidez de la Onemi, de la falta de coordinación del sistema, sino que de la falta de... ¿cómo decirlo? ¿alma? de las personas.
Y mientras un señor salía con una lavadora y otro trataba de sacar una grúa horquilla porque "estaba botada", yo me preguntaba qué había pasado durante estos 25 años que el prójimo había dejado de ser importante... y aún me lo pregunto.
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