
Bueno, me fui al Festival de Viña. Contando, esta sería la séptima vez que piso la Quinta Vergara... claro que no como artista (pero ya voy, tranquilos).
Como cada año, empezamos a repartir las credenciales y partió el show. Las conferencias de prensa, las miles de preguntas, las necesidades técnicas, los reclamos, los palcos... los malditos palcos. Todo lo que significa tener más de 600 periodistas y gráficos acreditados.
Pero también uno a uno fueron llegando los amigos. Desde Ecuador, República Dominicana, Honduras, Australia, Argentina, Bolivia, Perú y claro, los nacionales también. Ahí estaban, un año después, con la misma buena onda y el imperdible cariño.
El trabajo, el mismo. Resolver preguntas y correr de un lado a otro. Entretenido, cansador pero entretenido.
A todos se nos notan los Festivales que llevamos encima. De los primeros, en los que todavía teníamos ganas de carretear después de llegar de la Quinta, a este... uff cómo se nota que la neurona necesita dormir.
Me gusta estar allá, conversar con los chicos, retar a los que se mandan condoros, correr porque empezó Amango (sí, fui y pedí antorcha para ellos) hacer los informes de prensa y entregar los palcos.
Pero también me gustaría estar acá, en Santiago. Pasar un cumpleaños con mi tía Cuny y la Patty. Haber besado a Martina en su primer año y comer lasaña (y el postre de piña) junto a mi hermano.
Disfrutar de unas vacaciones de verano como hace mucho que no lo hago... pero así es el Festival.
Y cada vez me pregunto ¿qué hago aquí?
De verdad... todavía no lo sé.